El garabato que quiso pintar el horizonte

Comienza el año de los dos patitos y como bien sabe Coco Escribano, una de las mejores ilustradoras que tenemos en España, soy experto en pintarlos con la gracia suficiente para que parezcan o que están enfermos o que son seres que están mutando hacia lo desconocido. Ella, en su bondad, me dijo que no lo hacía mal, pero todos sabemos que la ceguera se cura cuando te das de bruces con la más cruda realidad


A mí me conviene vivir más en la fantasía, un delito en el que reincido con gusto. Reinsertarse en la realidad es mucho más difícil que hacerlo en la sociedad. A la gente la puedes intentar engañar para no hacerle daño, como Coco, o para beneficiarte de ella como hacen los distintos poderes que sufrimos. Tengo la suerte de que esto que están leyendo tiene la estética gráfica de los que visualizan la concordia hasta llevarla a la realidad. Yo me manejo bien en el garabato, en esta letra mía de receta de médico que sufre de espasmos cuando lo artesanal se encuentra entre mis manos.

Pero yo con este artículo lo que intentaba hacer era vislumbrar lo que se oculta en el horizonte que se esconde a este año vista. El bicho parece que no nos quiere abandonar, y no estoy hablando de Pedro Sánchez o de Isabel Díaz Ayuso, también nocivos y mortales, sino de ese que es invisible y que no hemos votado para que nos amargue la vida, como algunos hacen con los políticos que antes he nombrado. El final de la pandemia está cercano, pero para el otro problema no hay vacuna posible, solo la lobotomía.

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