Hasta el próximo día 31 de julio, la artista zaragozana Carmen Esteban Navarro expone en Nueva York, la primera gran escala de su gira estadounidense.
Creció rodeada de dibujos, pinturas, acuarelas y lápices. Desde muy pequeña, a Carmen Esteban le picó el gusanillo del arte gracias a la influencia de su tío, el pintor Manuel Navarro López, maestro de inspiración religiosa que fue catedrático de la Escuela de Artes y Oficios y trabajó en el Estudio Goya. Él le dio el mejor consejo: que no intentara parecerse a nadie, ni agruparse en ninguna tendencia. Con la lección bien aprendida expone, hasta el próximo 31 de julio, en el Kips Gallery de Nueva York.
Un buen salto el suyo, de Huesca a Nueva York en menos de una década.
(Sonríe). Nunca hubiera pensado que el salto hubiera sido tan rápido. Mi primera exposición fue en los años noventa en Huesca, en el restaurante El Alambique. Eran cuadros de paisaje y algún bodegón. Yo confiaba mucho en mi trabajo y estoy muy satisfecha de traer, en solitario, más de 40 obras, a Nueva York, una ciudad donde el arte se percibe en cada esquina. Además, mi catálogo está en el MOMA.
Esta no es la primera vez que expone sus obras en la ciudad de los rascacielos.
Mostré mi obra en 2008, en Artexpo, en el Jacobs Javits Center, uno de los centros de exposiciones más grandes del mundo. Fue mi primera toma de contacto con el público americano y la experiencia fue muy fructífera. Siempre he pensado que hay que trabajar con expectativas y las mías son darme a conocer fuera de mi ámbito cotidiano.
¿Por eso se puso en las manos de la galería catalana Crisolart Galleries?
Llevo muchos años con ellos. Yo quería una galería con expectativas a largo plazo. Al principio es normal que no te ofrezcan la luna, pero luego vas consiguiendo cosas poco a poco. Todo es cuestión de trabajo y de constancia. Y puedo asegurarle que yo he trabajado muchísimo desde que decidí dedicarme al arte. Yo, con el arte no puedo comer, pero sin él no puedo vivir.
¿Es muy exigente este mundo en el que se mueve?
Es muy duro. Comencé a dibujar y pintar desde muy pequeña, por eso mi visión del arte es muy clara, muy rígida y también muy auténtica. Después, tuve dos hijos gemelos y me di cuenta de que no podía dedicarle al arte todo el tiempo que necesitaba y lo dejé. Pero cuando ellos crecieron y yo volví a Zaragoza, retomé mis clases en 1996. Volví a empezar de cero, a nivel de parvulitos. Tomé clases en la academia Ars Mutandi y con mi tío Manuel. Él me daba mucha fuerza, porque cuando flaqueaba me decía que todo iba bien. Las palabras y los consejos que me daba iban a misa.
Los paisajes son su fuente de inspiración y también su seña de identidad.
Soy una pintora de paisajes. Me encanta quedarme con cada detalle de lo que me rodea y después plasmarlo en mis lienzos. Ahora mismo, voy en Central Park y todo me emociona y es fuente de inspiración para mí.
Dentro de los paisajes, ¿sigue fiel a los jardines?
Totalmente fiel, me encantan. Yo estudié el universo nipón de los jardines, su orden, su geometría, la sensación de Edén. Una pasión que traslado a cualquier otro jardín o espacio natural donde haya verde y flores. Hace un mes, estuve en el valle de Aínsa, en una zona preciosa y fotografié dos rosas. Ahora mismo, ya tengo dos cuadros hechos con esas flores. Son mi inspiración.
¿Los paisajes figurativos de sus inicios han dado paso a esas pinturas abstractas de fuerza y colorido?
Cuando empiezas a pintar, no puedes comenzar con la abstracción, porque tu mano no te lo permite. Recurres a la figuración porque el dibujo te da seguridad, pero cuando tienes mucha más confianza, se suelta la mano, como le pasó a Picasso, que fue de la figuración al cubismo. Además, en la figuración llegas a un punto, cuando ya dominas la técnica, que no te resulta estimulante hacer esa pintura y creas otras cosas.
¿Ese proceso creativo se puede enmarcar dentro de alguna corriente concreta?
Yo no me guío por estilos ni por pintores. Hace muchos años, mi tío Manuel Navarro me dio un consejo que no he olvidado nunca. Me dijo que no me definiera nunca dentro de ninguna corriente. A pesar de todo, puedo decir que me encanta el trabajo de pintores como el holandés Piet Mondrian o el ruso Mark Rothko, que pertenece a la escuela del expresionismo abstracto.
¿Y después de Nueva York?
Mis galeristas quieren que la obra viaje por otras ciudades americanas, como Washington, Filadelfia o Los Ángeles.
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