Hay selvas-isla, selvas-montaña y selvas-trampolín. En cada selva, claro, hay un lobo.
También hay un alce y un caribú. El lobo se pasa los días corriendo tras ellos, hasta que los alcanza y selos come. Entonces busca otra selva. En esta selva no había lobo ni alce ni caribú, pero tenía unárbol en lo alto de una colina. Un árbol que no era como los demás: hablaba. No se le entendíanada, pero hablaba.
—Nunca había visto un árbol tan poco árbol –dijo el lobo.
Entre Cambrils y Mont-roig, en Tarragona, hay una playa escondida; para llegar a ella hay que pasar por una riera y por una playa de grandes piedras. Entre esas piedras se acumulan basuras que trae el mar: cajas de pescado del puerto cercano, alambres oxidados, latas, trozos de madera de los árboles que arrastran las riadas… De ahí parte Miguel A. Pérez Arteaga para crear este álbum singular.
“Los materiales que encuentro en la playa me hacen pensar en África” –dice Miguel Ángel. Por eso, el autor ha escogido ilustrar una antigua fábula africana. Pensando en los objetos que tiene, modifica la narración, acorta los diálogos y construye los espacios, y crea un ambiente poético e inspirador. En él, conviven un árbol que habla y un lobo que se cree muy listo, en una historia que representa la figura universal del burlador burlado: el lobo persigue alces y caribús en una carrera sin fin, de selva en selva, hasta que cae en su propia trampa.
Miguel A. Pérez Arteaga crea escenas, como una excusa para jugar con los tesoros que le ha regalado el mar, y compone una especie de teatro de bolsillo por el que pasan los personajes como en una vieja película de cine mudo.
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