Es un jueves y voy junto a Mariscal en taxi. Curiosea, pregunta al taxista, husmea en su ciudad, que es cualquiera. Al llegar a la calle de destino consulta si el restaurante "muy bueno, já" que había sigue por aquí. "No me acuerdo cómo se llamaba... ¿el Canyar?". Se entusiasma al ver en una acera un telescopio -que aparenta ser de pega- con el que ver otros mundos. Buscamos juntos un estanco. Un coche casi lo atropella al cruzar sin cuidado. También anda tras un cargador para su teléfono, al que está a punto de consumírsele la batería.
Mariscal, ey. Unos días después se encenderá una gran fogata de virtudes y miserias en las que él arderá por combustión acelerada. Ha bastado que diga (otra vez) que está arruinado (de nuevo) para que se desate un conflicto de pasiones entre lovers y haters, que siempre dicen que son los más fieles de los admiradores.
En torno a Mariscal, que fue portadón de la revista Plaza de agosto, análisis desatados que van más allá del juicio a un creador. Su figura parece una patata caliente hinchándose con cada comentario. Personaje de trascendencia definitiva, para muchos. Para otros un locuelo sobrevalorado, algo así como conductor de un tren que ha arrancado dejándote en la cuneta justo cuando ibas a subir.
Estos días Mariscal se ha vuelto (y ya van varias) un conflicto encarnizado disputado en las redes. "Hay mucha gente queriendo hacer leña del Mariscal caído. Ya supongo que no es tu intención, pero cada vez que se escribe sobre él hay hordas de mediocres dispuestos a gritar "¡que se joda!", me cuenta un diseñador madrileño para excusar su participación . "Lo raro es que hubiera tenido trabajo dibujando esos moniatets", le leo a un amigo en Twitter. Los comentarios reacción se disparan con cada noticia encabezada por un apenas sensacionalista ¡¡Javier Mariscal está arruinado!! Por resumir: un "todavía le pasa pasa poco" contra un "con todo lo que nos ha dado".
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