Van de la mano en mundos sincrónicos, aunque viven una vocación única que entiende el arte como un todo. Iris Lázaro (Trévago, Soria, 1952) y Eduardo Laborda (Zaragoza, 1952) son el uno para el otro, con un profundo respeto marcado por su independencia, evidenciada en dos estilos tan distintos como esenciales. Dos universos apenas separados por los cinco pasos que van de un estudio a otro, del naturalismo poético de Iris al realismo a veces hasta abstracto de Eduardo. De la dura agonía del mundo rural, a la ensoñación urbana. Unidos desde los 18 años, cuando Iris llegó a la Escuela de Artes en Zaragoza, "y yo enseguida me fijé en ella", dice Eduardo, sus vidas han ido en paralelo. Venden todo lo que producen, "pero el mercado ha cambiado mucho y aunque seguimos teniendo encargos es diferente, y por lo general son de personas de nuestra generación".
Amantes del arte, llevan 40 años coleccionado obras de autores no tan conocidos, grandes artistas "que son, digamos, de segunda división, pero magníficos pintores o dibujantes, porque Messi hay uno, y los demás son tan necesarios e importantes como el resto del equipo. Los hemos ido recuperando en anticuarios, subastas, domicilios particulares o en el rastro de Zaragoza". Obras con recuerdos impagables, como retratos de Manolo Navarro, su profesor de dibujo en la Escuela "y que nos costó 15 euros, en la plaza de San Bruno. Se te cae el alma, ver el trabajo de alguien como él, ahí, así. Pero al menos rescatamos cosas los coleccionistas", dice Eduardo. Parte de esa colección acaba de ser expuesta en Soria y esperan hacerlo pronto en Zaragoza. Son medio centenar de las más de 200 piezas que guardan ordenadamente en su casa, un lugar donde se respira paz y arte por igual, donde cada obra recupera su riqueza.
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