“Considerando la personalidad de sus hijas y su talento natural, mi enseñanza podría transformarlas no en simples pintoras de salón, sino en auténticas artistas. Se convertirían en pintoras, ¿se da cuenta de lo que esto significa? sería catastrófico, casi revolucionario“.
En lugar de hacer caso de la alarma del maestro, Madame Morisot respondió al potencial de sus hijas enviándolas a que siguieran sus estudios bajo la tutela de Joseph-Benoét Guichard, un alumno de Ingres y Delacroix.
Incluso para una artista como Berthe Morisot, que contó con el apoyo familiar y que alcanzaría gran éxito con su obra, dedicar su vida a la pintura supuso un sacrificio enorme: desviarse del rol prescrito como esposa y Madre le costaría muy caro en su vida personal.
Hasta sus colegas pintores la miraban con desdén: Morisot estaba vetada en las tertulias impresionistas del Café Guerbois y del Café de Batignolles.
Hubo dos excepciones que sí supieron apreciar el esfuerzo por expresar la visión femenina a través del Arte y el talento en captar una atmósfera, de luz y delicadeza, y trasladarla al lienzo:
El primero fue Edgar Degas, que como cofundador de las Exposiciones Impresionistas la invitó a exponer desde la primera edición, en 1874!, y fue clave en la difusión y éxito de su obra.
El segundo fue Claude Monet, que se carteaba con ella y la trataba de igual a igual, de colega a colega. De ello daremos buena cuenta en nuestro próximo viaje: Tras los pasos de Monet, au plein air, en la Semana Santa de 2020.
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