Luego vinieron horas en blanco llenas de miedos negros. También un arrepentimiento (“la cantidad de momentos que he desaprovechado en mi vida”), su antídoto (“me hice la promesa de intentar disfrutar de las pequeñas cosas”) y una determinación que era una vieja conocida: plasmar lo vivido en una novela gráfica que unos meses después titularía Algo extraño me pasó camino de casa y que Astiberri publicará el jueves 26 de noviembre. Es ahí, aferrado a ese propósito, donde se reencuentra con la normalidad que no había dinamitado el cáncer. Sus recurrentes viñetas sanadoras.
En el pasado Gallardo ha pastoreado traumas y crudezas gracias a unos cómics que combinaban humor, ternura y clarividencia (luminosos, vaya), igual que otros recurren a la terapia Gestalt o la medicina ayurvédica. La guerra que vivió su padre dio una de las primeras novelas gráficas sobre memoria histórica (Un largo silencio) y el autismo de su hija se convirtió en un boom de la historieta española (María y yo) que llegó al cine y a una decena de idiomas. Antes Gallardo había sido un tipo del underground que creó fanzines alternativos y, junto a Felipe Borrallo y Juan Mediavilla, un célebre personaje llamado Makoki, que probablemente no le dirigiría hoy la palabra a su padre artístico si observase su nueva afición por el horneado de galletas de avena.
El dibujo como terapia, sí. “Es la forma de explicármelo a mí y luego explicárselo a los demás”, asiente Gallardo, durante una videollamada. “En el tema del cáncer, piensas mucho en el origen y en por qué tu cuerpo se ha rebelado de esta manera, pero no hay ninguna explicación científica, así que necesitas una de ficción para que tu cabeza se quede un poco tranquila”, continúa.
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