Mucho ha cambiado en la animación española desde que, en los años 50, los míticos Estudios Moro recurrieran a las radiografías de los hospitales, que luego limpiaban, para conseguir los acetatos sobre los que desarrollaban sus proyectos de animación. Hoy no se trabaja con este material (que además era muy inflamable), y las toneladas de papel en las que cobraban vida sus personajes han dado paso a innovaciones tecnológicas como los lienzos y herramientas digitales. Desde que en 1995 Pixar creara Toy Story, la animación 2D convive con la 3D y otras técnicas menos extendidas como el stop motion, pero el fondo del trabajo en la 2D siendo el mismo.
Sello español tienen, por ejemplo, títulos tan conocidos como Klaus, Tadeo Jones, Planet 51 o Gru, mi villano favorito; pero también obras dirigidas a un público adulto como Chico y Rita (de Trueba y Mariscal), Arrugas u O Apóstolo, una película de terror hecha en stop motion. Se trata de una industria que, solo en España, genera más de 654 millones de euros y emplea de forma directa a al menos 7.450 profesionales, según los datos aportados por el Libro Blanco de la Industria Española de la Animación y de los Efectos Visuales, de 2018. Pero esta va mucho más allá de las producciones cinematográficas, y alcanza de forma transversal a muchos otros campos: las televisiones, por ejemplo, demandan perfiles de animación para crear contenido 3D, y se ha desarrollado en sectores como el educativo, el médico, el marketing o el de los videojuegos, por citar algunos ejemplos.
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