Romeu, el que será para siempre el padre de Miguelito, era un habitual de la redacción de EL PAÍS en Barcelona, donde todo el mundo le tenía un gran afecto. Venía a entregar su viñeta y se quedaba a charlar con cualquiera que se pusiera a tiro, que muy a menudo era Núria Padró. Era un progre de los setenta de manual, una de esas personas que te imaginabas puño en alto y coreando “amnistia, llibertat”, cuando significaban otra cosa en Cataluña. De hecho, recordaba mucho a Quico el progre, el personaje de J. L. Martin, con su mismo noble empeño en enfrentarse a brazo partido contra lo que significara una amenaza a sus ideales, aunque le rompieran la cara; también se parecía en lo de contar batallitas.
A otro que se parecía, con su bigote de cepillo, era a su perro, Watson, un scotch terrier, del que decía que presumía de su propietario humano poniéndole la pata encima. Dedicó un libro muy divertido a los canes, las razas y las anécdotas (Yo, perro, Astiberri). Otro a revisar el folclore catalán en clave de humor.
Romeu nació en 1947 en Barcelona. Hijo de un catalán dedicado al sector textil y de madre francesa, estudió profesorado mercantil pero dejó los estudios para iniciar los de Artes y Oficios, aunque tampoco llegó a acabarlos. Desde 1972, en que publicó su primer cómic, colaboró en una setentena de medios diferentes y participó en la creación de revistas de humor, como Mata Ratos, Nacional Show y la segunda época de Muchas gracias. A partir de 1976, publicó en EL PAÍS y su revista dominical, actividad que compaginó con la edición de tiras cómicas en Muy interesante, Triunfo, Interviú o Play Boy. Es autor de 12 títulos de cómic y dos novelas, entre ellas las que vieron la luz en 1997 con los títulos Historias de Miguelito y Vivo sin vivir en mí.
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