Fallece Javi Hernández, el dibujante que hacía magia con los lápices para contar historias humanas

"Dibujar siempre fue mi juego preferido, el que más satisfacciones me aportó y mejor refugio me brindó en tiempos duros, por eso toda mi vida he llevado un lápiz en el bolsillo. Incluso cuando en la persecución del sueño de ganarme la vida como dibujante, aterrice por tierras inhóspitas y me perdí en innumerables caminos de oficios ingratos. 

Solo me bastó con meter la mano en el bolsillo como quien lleva castañas en invierno. Pretendo disfrutar de las cosas sencillas hechas con honestidad".

Esta era la tarjeta de presentación de Javi Hernández (Rosario, 1968), el excepcional dibujante argentino que se enamoró de Huesca hace 21 años y Huesca de su talento, y que ha fallecido este viernes, rodeado de todo el amor de sus seres más queridos, con Raquel Sobrino abrazada a su corazón. Qué difícil encajar un golpe tan duro, vernos privados de pronto de tu mirada y tu sonrisa, de tu hablar tan deliciosamente argentino, de tu gorra, tu boina o tu sombrero, de tus lápices de colores. De tu brillantez y tu amistad. Hoy hay mucha gente triste por tu ausencia.

Javi Hernández, ilustrador, profesor de Artes Visuales y técnico en cine de animación, trabajó como profesor de Arte infantil durante diez años y fue asistente de animación en diferentes estudios de cine animado en Barcelona. Es autor del los álbumes, "Haberlas Haylas" "El secreto de Jacinto" (Ed. Libros de Ida y Vuelta) "Como ella me enseñó" sobre textos de Arancha Ortiz (Ed. Doscuartos), "Sueños en papel" (Ed. Cosquillas) y de los libros ilustrados" El niño el viento y el miedo" y "La leyenda de la ciudad sumergida", junto a Antón Castro -compañero de proyectos y gran amigo- en Editorial Nalvay, "La sonrisa del León" con Roberto Malo y "Grotesque" con Ignacio Cid (Ed. Dissident) "El tango de Doroteo" (Ed. Libros de Ida y Vuelta) sobre textos de Antón Castro entre otros títulos, portadas y carteles.

Desarrolló también una gran labor como editor, con el sello que creó en 2012, Los libros de ida y vuelta, con el propósito de que cada título fuera un trabajo artístico en sí mismo. Con él publicó los álbumes ilustrados Haberlas haylas, El secreto de Jacinto, adaptando historias populares, El tango de Doroteo junto a Antón Castro, Como ella me enseñó, junto a Arancha Ortiz, y Pancracio el niño batracio, una historia de José María Tamparillas.

Javi, que residió muchos años en Siétamo, llegó a España hace 21 años. Su abuelo era natural de Siresa, pero se fue a vivir a Argentina y ya nunca más regresó a España. En su historia, precisamente, se inspiró Antón Castro para crear El tango de Doroteo.

Como dibujante, se caracterizaba por su perfección técnica, la capacidad para sugerir con los colores, su imaginación y la ilusión y el mimo que ponía en cada uno de sus proyectos. Fue un gran narrador visual, conceptual, que combinaba los más extraños elementos y jugaba con los símbolos y las metáforas con gran maestría. Hacía magia con sus lápices de colores y manejaba como nadie el blanco y negro, con sus difuminados y con su dominio del espacio vacío.

Los profesores Rosa Tabernero y José Domingo Dueñas le acompañaron en numerosas ocasiones en las presentaciones de sus trabajos, la mayoría de ellas en la Anónima. Siempre hablaban de él con entusiasmo, me consta que hoy se sienten desolados. Los dos últimos actos con su presencia en la emblemática librería oscense, fueron para presentar el Elucidiario del silencio, de David Vela (2022), y Beethoven y el silencio atronador, de Ana Alcolea (2023).

Le vi por última vez en la pasada Feria del Libro de Huesca, en su caseta de los Libros de ida y vuelta, valiente frente a la enfermedad. Una vez me dijo que le gustaban estos eventos, por el contacto que establecía con la gente, le encantaba escuchar las críticas de los lectores de primera mano. Siempre fue solidario cuando se le pidió ayuda, colaboró con la Asociación Alzhéimer Huesca en sus Jornadas para el recuerdo.

Su producción como editor e ilustrador es todavía más amplia que lo expuesto y, como siempre llevaba un lápiz en el bolsillo, quién sabe hasta dónde puede llegar. Así lo imagino, dibujando historias humanas, con la música de fondo de un bandoneón.

Fuente: Diariodehuesca


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