Adrián Pereda contraportada del Heraldo

 

«Con la inteligencia artificial se pierde la magia del error»

  El de Adrián Pereda (Alfaro, 1984) es un viaje hacia lo multidisciplinar en lo artístico que bebe de tres fuentes principales: la naturaleza, la cultura pop y, ahora, lo artesanal, porque, sostiene, «estamos perdiendo la magia del error».

  Tiene trabajos de ilustrador, diseñador gráfico, muralista. ¿Qué se considera?

  La palabra artista siempre impone un poco: pero me considero artista. Cuando eres creativo, el mundo artístico está ahí, forma parte de ti. Para mí es importante expresar lo que llevo dentro. Y además, la creatividad puede aplicarse en muchos campos, el diseño gráfico, la ilustración editorial, textil… He trabajado en todos ellos.

  ¿De dónde viene esa inquietud artística?

  Desde pequeño. La disciplina que más toqué fue el dibujo. Desde que tengo uso de razón he estado en academias, dibujando del natural, muchas veces con personas mayores que yo. Para mí, el dibujo es la base de todo lo creativo. El primer momento en que una idea se plasma es normalmente un dibujo, un esquema, algo visual. Es el punto de partida para poder seguir desarrollándola.

  Es riojano, ¿qué le trajo a Zaragoza?

  Estudié Bellas Artes, luego hice un máster en diseño gráfico aquí y me quedé. Aunque yo soy de Alfaro, en La Rioja, buscaba un lugar donde sentirme en casa. Zaragoza se convirtió en eso.

  Como muchas otras disciplinas, el diseño gráfico se enfrenta a desafíos...

  Es un momento complicado. Estamos en un punto peliagudo con lo digital... Yo personalmente me * siento un poco desenamorado. He querido explorar cosas más espaciales, más volumétricas. Por eso empecé a trabajar como escaparatista. Es una manera muy interesante de aplicar esa visión artística en un espacio real, físico, y con un objetivo claro: destacar un producto. Me parece superinteresante.

  ¿Qué opina del auge de la inteligencia artificial, en concreto en el arte o la ilustración? ¿Le tiene miedo?

  Hay un furor muy grande, pero sinceramente, los resultados aún no son buenos. Para quien se dedica a esto, es fácil ver las carencias. Yo pasé por la fase de curiosidad, probé cosas, pero la IA necesita supervisión. No es un botón mágico.

  ¿En qué sentido?

  Se está usando como si fuera una herramienta final y no lo es. Se necesita saber lo que se está compartiendo, modificarlo, retocarlo… La IA debería ser una referencia, como un libro o una película que te inspira, no el resultado final. Por eso yo ahora busco vías más relacionadas con la acción, con el espacio físico, con lo real. Antes me obsesionaba mucho por limpiar cada línea, cada trazo. Pero con el tiempo he aprendido a abrazar esa imperfección. Vengo del diseño gráfico, donde todo tiene que ser pulcro y preciso, y necesitaba romper con eso. Ahora me permito dejar líneas marcadas, manchas… y siento que hay mucha más verdad en lo que hago, porque estamos perdiendo la magia del error.

  Se ha liberado...

  En los murales uso cinta de carrocero, cuadrículas… muy artesanal. Podría hacerlo más rápido, pero siento mucho más control si uso herramientas físicas. Muchas veces no me vuelvo loco de borrar una pequeña línea que queda, ya no veo que sea tan necesaria esa limpieza que muchas veces me ha obsesionado. De alguna manera necesitaba romper con eso y ha sido muy chulo.

  ¿Hay cosas que la IA nunca podrá hacer?

  Totalmente. Es el caso del mural para la casa María Jiménez, es un buen ejemplo.

  Cuénteme eso

  La admiraba desde pequeño, me impactó su forma de estar en el mundo. Cuando falleció, hice un retrato que publiqué en redes. A los meses, su hijo Alejandro –que ahora dirige la fundación, que apoya al colectivo LGTBI y a mujeres maltratadas– me contactó. Me pidió una cesión de la imagen para colaborar con la fundación.

  ¿Y fue a Cádiz?

  Claro, estuve un mes. Fue una experiencia muy emocionante. Estar en la cocina de María, cocinando una tortilla de patatas para su hijo y sus nietos… fue algo muy íntimo y muy bonito. Ese tipo de experiencias no las puede generar una IA.



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