Fernando Lalana

FUENTE: H. de A., domingo 24 de dic. 2006.
ANTÓN CASTRO.

"Los jóvenes son observadores críticos, no se andan por las ramas".

Fernando Lalana (Zaragoza, 1958. Premio Nacional de Literatura Juvenil de 1991; Premio Jaén de 2006) no vincula la literatura, su oficio, con la Navidad. No han sido estos días motivo de inspiración de sus libros, algunos tan conocidos como "El secreto de la arboleda", "Te quiero Valero", "El Zulo" o "Morirás en Chafarinas". Dice: "Éstas son fechas que más bien me ponen un poco triste. Quizá porque siempre te hacen crear muchas expectativas, acumulas deseos, y luego percibes como una decepción. Las navidades de mi niñez me recuerdan las comidas familiares un tanto turbulentas, con situaciones tensas. Y también me hacen pensar en libros como "Canción de Navidad", de Dickens, un volumen que antes de leerlo lo haría visto en el cine o en la tele. Dickens y la Navidad para mí también son Oliver Twist y David Copperfield. Es curioso, suele ocurrirme que en Navidad me encuentro con más gente que se ha separado o que no puede superar una soltería".
Usted iba para arquitecto.
Era mi sueño, sí. Mi familia, desde mi abuelo, ha trabajado en la construcción. Y yo quise ser el primero en hacer planos. Era un poco bandarra y me desencanté pronto del dibujo artístico. Acudí a clases de Alejandro Cañada: copiaba yesos, sacaba luces, obtenía reflejos en la sombra. Me lo pasaba muy bien, pero pronto empezaron a surgirme dudas. Cañada me decía que tenía que trabajar más. Y acabé dejándolo.
¿No le interesaba más el teatro?
Yo pertenecía a aquel grupo que se llamaba Teatro Incontrolado de Zaragoza. Eran los tiempos del Grifo, de Dionisio Sánchez; de La Taguara, de Pilar Delgado; de La Ribera, que eran como los dioses del momento; del Teatro Estable, de Mariano Cariñena, muy serio y comprometido políticamente. Yo escribí algunas obras, pero no llegué a estrenar nunca. Allí hacíamos de todo, y realmente éramos un grupo incontrolado: a veces te encontrabas en el escenario con alguien a quien ni conocías.
Creo recordar que dijo una vez que entonces se apasionó por Jardiel Poncela.
Desde luego. Mi padre me regaló una colección de Aguilar de Teatro Español Contemporáneo, desde 1949 a 1972, 24 volúmenes que solían tener las cuatro piezas básicas del año. Así leí a Antonio Gala, a buero Vallejo, me gustaron mucho "El tragaluz" y "La Fundación", Alfonso Sastre, Martín Recuerda, Jaime Salom, y con ellos también a Carlos Arniches y Jardiel Poncela.
¿Qué le atraía tanto de ellos?
De Jardiel me gustó mucho una novela como "La tourné de Dios": yo habá estudiado en Marianistas y me gustaba aquel tratamiento irreverente y cómico del Dios Padre del que tanto nos hablaban. También me fascinaban sus trabajos cortos, recopilaciones de esto y de aquello, cosas difíciles de definir como "El libro de los convalecientes" o "Cinco kilos de cosas". Me atraía de ellos el tratamiento inteligente y lógico del absurdo. Tenía la sensación de que eso no ocurría con Ionesco y Alfred Jarryd. También me gustaba Mihura.
Al poco tiempo, hacia 1981, se destapó usted con "El secreto de la arboleda".
Me fui a estudiar Derecho porque en esa carrera estaban mis amigos. Fue un error. Donde mejor lo pasaba era en Derecho Internacional. El catedrático Leandro Rubio llegaba por la mañana, abría el lperiódico y empezábamos a comentar lo que pasaba en el mundo. Era una clase amena donde aprendíamos un montón; luego, en cuarto, aquello se volvió insoportable con asignaturas muy monótonas. Un día me puse a escribir ese libro y tuve una inmensa suerte: lo mandé al premio Barco de Vapor. Me ocurrió algo muy curioso...
Usted dirá...
Cuando estaba haciendo el servicio militar en Melilla, en 1982, se publicó y me enviaron una colección de ejemplares al cuartel. Un día, me llamó el teniente y me dijo, tras haber abierto el paquete. "Lalana, ¿qué es esto?". "Que he escrito un libro, teniente". Me dijo: "Ande, ande. Llévese esto de aquí, y no se lo cuente a nadie, no vaya a afectar la noticia a la moral de la tropa. ¡Un artista entre nosotros!". Cuando me iba, añadió: "Lalana, dedíqueme uno, no vaya a ser que se haga usted famoso algún día". Hasta me dictó la dedicatoria: "Para el teniente Antonio Matamoros, bajo cuyas órdenes servía a la patria lealmente. Fenando Lalana".
Parece de chiste.
Es tal como se lo cuento. Con ese libro me han sucedido cosas muy curiosas: es el libro mío que más se ha vendido, alrededor de 500.000 ejemplares, ha tenido un gran éxito en Italia, casi como en España. También se ha vendido bien en Sudamérica. No recuerdo que tenga ningún ingrediente especial: es un cuentro sencillo sin pretensiones, inspirado en la arboleda de Macanaz.
¿No resulta un poco decepcionante que su primer libro, lleva 91 títulos en 25 años, siga siendo el más vendido?
Un poco, sí. Pero yo también tengo claro que los antiguos se vendían un poco mejor. No existía el boom de la literatura infantil y juvenil que hay ahora, un premio como el Barco de Vapor era bastante excepcional. Algunos de aquellos volúmenes, no sólo míos, sino de Joan Manuel Gisbert o Alfonso Gómez Cerdá, se convirtieron en clásicos. El año que viene "El secreto de la arboleda" cumple 25 años: tendré que hacer algún fasto, organizar alguna fiesta o algo. Estaba ilustrado por Antonio Tello.
Por cierto, ¿qué relación ha tenido con los ilustradores de sus libros?
Escasa, y ya me pesa. Acabo de publicar una serie de cuentos de miedo con Violeta Monreal, y no es la primera vez que colaboramos Ella propuso el proyecto y quiso que yo le escribiera unos textos un poco transgresores. Con Isidro Ferrer hicimos "Te quiero Valero", él ya había hecho los dibujos, los dragones, la princesa. Fue una experiencia muy bella. El libro se agotó pronto, y ahora una editorial como Delsán lo ha recuperado. Me dicen que vuelve a venderse bastante bien.
No ha citado a un ilustrador con el que trabaja: José María Almárcegui. A veces he pensado si existirá o será una invención.
Almárcegui existe. Es un guionista excepcional, siempre está documentadísimo, siempre llega hasta las últimas consecuencias y, además, es un dibujante notable.
Han firmado varios libros juntos.
Desde luego. Él suele introducir en mis libros a la gente marginal. Cuando nos ponemos a trabajar en un libro, nos reunimos dos o tres veces por semana, de cuatro a doce, por ejemplo, y hacemos un bombardeo de ideas. Hablamos de todo, imaginamos los personajes, las acciones, las situaciones, probamos los nombres. Y hay un momento en que yo le digo: "Ahora, déjame". Los libros que escribo a partir de sus ideas suelen salir con mucha facilidad y con fluidez. Son libros diferentes, generalmente están centrados en los años 60 y 70, su obsesión. Otra de sus obsesiones es el ciclismo. Estamos trabajando en una novela que está vinculada al Tour de Francia de 1964, a la costa catalana y al Festival de San Remo. Una vez que acabo de trabajar en un libro con él, necesito volver a la soledad, recuperar el gusto por trabajar yo solo.
Su novela más conocida es "Morirás en Chafarinas"...
Es la que más satisfacciones me ha dado. Y también algunos sinsabores. El primer encontronazo fue con el Ejército: el coronel del grupo de Regulares me escribió una carta amenazante. Luego volvió a reproducirse el conflicto cuando se rodó la película de Pedro Olea. La novela no es una falsa autobiografía ni cuenta historias reales. Todo es inventado. La situé en Melilla, donde yo había hecho el servicio militar, porque así ya tenía la documentación hecha.
¿Es ésa su mejor novela?
No lo creo. Considero que es un libro un poco fallido. Lo tuve tres años en mis manos, no hacía más que darle vueltas, pero no acababa de estar satisfecho. Tenía la sensación de que aún estaba crudo; pese a ello, se lo mandé a mi editor para que me diera algún consejo, y él me contestó de inmediato: "No le toques ni una coma".
Tenía razón. Recibió el Premio Nacional de Literatura Juvenil de 1991.
Y ves que se vende bastante bien. En tres años se vendieron 75.000 ejemplares; tras la película, se vendió lo mismo en un año. Aquellos fueron años excepcionales. Todos querían que hablase de ese libro. Mis libros favoritos son "El ángel caído", "El efecto Faraday", que pasaron bastante inadvertidos, o "Los hijos del trueno", que es una novela social y cáustica, muy divertida, en clave de humor, sobre la educación. Un amigo me comentó que su mujer se levantó de la cama y le preguntó, ante sus risas, qué pasa. Leía "Los hijos del trueno".
¿Los enemigos de la literatura infantil son lo políticamente correcto y la censura?
Yo he visto un poco de censura en las dos legislaturas anteriores, en varias editoriales. "Los hijos del trueno" tuvo su peripecia, sin duda, hasta que fue editado. A mí lo que más me preocupa es el lector adolescente: le prometemos que cuando llegue a ese periodo va a dar un salto cualitativo, en lenguaje, en estructuras, en temas. Sin embargo, cuando llega a esa edad clave, le seguimos dando una literatura ñoña. Y ellos ya no quieren ser niños: quieren dar un salto verdadero. Es ahí cuando podemos perderlos para siempre. Los niños no son tontos ni blandos, quieren ampliar su lenguaje. Si algo les interesa son capaces de aprender más cosas. Los editores están demasiado obsesionados con la sencillez, porque todo esté bien masticado. Creo en la complejidad, y uso del humor y la ironía.
¿Cómo es su contacto con los alumnos?
Ha habido dos o tres años en que he estado todos los días lectivos fuera de casa, de colegio en colegio. Y cada vez me gusta más estar con ellos, sobre todo con los alumnos de la ESO y Bachillerato. Son muy observadores y críticos, muy sinceros y no se andan por las ramas. No se casan con nadie. Dicen la verdad. Son críticos sin prejuicios. En el fondo, somos unos privilegiados. Yo aprendo mucho de ellos. constantemente. Alguna vez he llegado a realizar 2.000 dedicatorias en un día, y casi sin enterarme.
Zaragoza ya aparece más en sus libros.
Cada vez me gusta más. Me permite reinventarla. Está en medio del mayor desierto. No creo que me mueva de aquí: soy un apasionado del Casco Viejo. Tal vez lo haría por culpa del extremado clima y porque me gustaría levantarme y ver el mar. ¿Libros para esta Navidad? Por ejemplo: "El crimen de los Monegros", de David López; "Los espejos venecianos", de Joan Manuel Gisbert; "Cruzada en Jeans", de Thea Beckman, y "Mi familia", de Daniel Nesquens, ilustrado por Elisa Arguilé.

Comentarios

Anónimo ha dicho que…
De esta entrevista de Antón Castro a Lalana que acertadamente reproduces, Nuria, me parece interesante resaltar cómo un libro no tiene necesariamente que surgir del narrador, que lo presenta a una editorial para que ellos decidan un ilustrador, sino que las imágenes pueden ser generadoras de textos e historias, como sucede con el proyecto que le presenta Violeta Monreal. La tónica habitual, sin embargo, es la soledad, escritor/a e ilustrador/a cada uno/a por su lado. Y otra cosa, por fin un educador que alaba a los alumnos, que dice incluso que aprende de ellos, ya estamos un poco cansados de la imagen de los chavales violentos y demás que se está dando en los medios de comunicación últimamente.
Gracias, Nuria, a ver si este blog sigue creciendo...
Enrique Gallud Jardiel ha dicho que…
Muchas gracias por la referncia a mi abuelo.