¡Esto no es todo, amigos!



Un animador es un actor con un lápiz. Un actor que debe conocer a su personaje a la perfección si quiere conseguir una buena interpretación. Debe conocer su anatomía (sea humana o animal), sus movimientos y gestos (cómo corre, salta, baila, duerme o se enfada), debe saber cuáles son sus puntos débiles, sus gustos. Si es necesario, habrá que marcar reglas para no perder nunca de vista el fin de una buena película de animación: personajes creíbles que en realidad son increíbles.
Chuck Jones, uno de los grandes animadores de la historia, padre de Bugs Bunny, del Pato Lucas y de Pepe Le Pew, creía fielmente en todo esto. Él era un actor y un director armado con un lápiz. De hecho, él fue quien ideó estas normas no escritas, al tiempo que sí escribía las que debían seguir sus hijos más queridos, el Coyote y el Correcaminos —los únicos que creó él solo, con su lápiz—, para conservar la coherencia dentro del surrealismo que vivían en sus eternas persecuciones. “Nunca habrá diálogo, excepto ‘Beep, beep!” era la primera regla de las nueve que redactó y que están colgadas, desde el pasado sábado, en las paredes del Museum of the Moving Image (Museo de la Imagen en Movimiento) de Queens (Nueva York) que celebra su trabajo y legado en la exposición What’s up, Doc? The animation art of Chuck Jones(¿Qué hay de nuevo, viejo? El arte animado de Chuck Jones).
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Gracias a Pablo Cruz por el enlace. :-)




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